El delantero argentino resuelve con su gol 50 en 2019 un partido que vivió a expensas de los biorritmos del Barça ante un flojo y destensado Alavés
Hay jornadas que caen en mal día y a mala hora, en momentos de
compras y vigilia de fiestas, camino de vacaciones y después de partidos exigentes, pocas como la que deparó el Barça-Alavés. Atrapado por la resaca del clásico y por la Navidad, el encuentro no parecía merecer la atención de Messi. Los duelos sin historia, fáciles de resumir en los goles, requieren de futbolistas con cuentas pendientes como Arturo Vidal y Griezmann. Y ambos marcaron en una tarde de tedio marcada por los biorritmos del Barça. La suficiencia azulgrana con el 2-0 provocó el despertar del Alavés y a Messi no le quedó más remedio que intervenir un momento: 3-1.
Acostumbra a ocurrir en el Barça. Juega en función del contrario y, cuando no tiene plan que combatir, se afirma y se niega las veces que haga falta hasta que aparece Messi. El tanto 50 del argentino en 2019, igual posiblemente que el 40 o el 10, porque sus goles son calcados —la conducción ante el área, el cambio de ritmo y el tiro de rosca ajustado al poste del portero— fue suficiente para acabar con el suspense en el que entró el choque con el sorprendente tanto de Pere Pons.
Messi apareció de forma selectiva, después de una absurda decisión arbitral por una falta doble, para poner el tercero y conceder después el tiro de un penalti a Luis Suárez por manos de Martín. El rosarino reivindicaba así la vida del tridente ante un pálido Alavés, carne de cañón después del 4-1. La efectividad barcelonista fue tremenda en un partido difícil de pintar para Valverde.