Bilbao
La dureza y la obstinación de los alpinistas rusos son legendarias, pero el viaje de Dmitri Golovchenko y Serguei Nilov por las entrañas del Jannu (cuya denominación oficial es Kumbhakarna), en Nepal, supera casi todos los relatos de supervivencia en altura. Si existe una montaña intimidante, feroz (así la describió el sherpa Tenzing Norgay, primero junto a Hillary en escalar el Everest), es el Jannu, objetivo declarado de los alpinistas más audaces.
No existe camino sencillo hasta su cima, de 7.710 metros, conquistada por un poderoso equipo francés en 1962 desde su vertiente sur. Su cara norte apenas cuenta dos vías reconocidas, una japonesa y otra, directa, rusa. Por otra parte, la zona central de su pared este no había conocido ascensión alguna, algo que deseaban remediar Golovchenko y Nilov en estilo alpino: dos hombres, su material de escalada, sus mochilas con comida, gas, saco de dormir y una tienda de campaña que apenas pudieron usar porque la verticalidad de la pared no dejaba margen para instalarla. El dúo fue primero un trío que incluía al polaco Marcin Tomaszewski, pero este abandonó al considerar que no estaba lo suficientemente aclimatado y, también, afectado por la muerte en el Nanga Parbat de su amigo Tom Ballard, junto al que había abierto una vía en la norte del Eiger.
El Jannu da miedo por las dificultades técnicas que presenta y por el insoportable peligro de aludes y la mala climatología con el que saluda a los alpinistas. “No hay camino sencillo, cada paso es un paso hacia lo desconocido que nos obligará a superarnos”, reconocía el también alpinista ruso Valeri Babanov, poco antes de firmar un alucinante primer ascenso del pilar oeste de la montaña, en estilo alpino, junto a Serguei Kofanov, en 2007.
Escasamente aclimatados, pero bien provistos de comida, gas y optimismo, Golovchenko y Nilov arrancaron montaña arriba el pasado 16 de marzo, ganando metros con lentitud, esquivando peligros, aludes, mal tiempo y lastrados por el peso de sus mochilas. Apenas cuatro días después de iniciar su ascenso, tras alcanzar la cota de 6.300 metros, una enorme avalancha barrió la zona baja de la pared: se habían quedado atrapados en la misma, no serían capaces de descender por donde habían subido y solo saldrían con vida si lograban alcanzar la cima o la arista sur, en el lado izquierdo de la pared.
Pronto, el avance lentísimo de la pareja les obligó a racionar el gas y la comida mientras los aludes les rozaban, el frío arreciaba y se anunciaban vientos muy fuertes en altura. Apenas encontraban minúsculas repisas donde sentarse a pasar las gélidas noches. La pareja deseaba atacar el pilar central de la pared, pero tuvo que abandonar la idea para centrarse en alcanzar la arista, prescindir de la cima y descender por un terreno desconocido para ellos. Tras 12 días de ascensión, alcanzaron la arista, a 7.360 metros. La cima, 350 metros más alto, no estuvo en sus manos. El descenso fue un suplicio, perdidos en la niebla, obligados a remontar más de una vez y lidiando con un terreno más complejo del que cabía esperar. Peleaban por sobrevivir, esquivando precipicios y grietas. Ambos lograron rescatar unas pasas y unos albaricoques secos por toda alimentación, pero los dos últimos días los pasaron sin víveres. En el diario de su periplo, publicado por Mountain.ru, Golovchenko escribiría, tras 17 días en la montaña: “No estamos bromeando. ¡Realmente queremos bajar!”.
Sus compañeros, al pie de la pared, decidieron desmontar el campo base e ir a buscarles al pie de la arista sur. Siempre estuvieron en contacto vía satélite, pero volver a verlos con vida remitía a uno de esos milagros que el alpinismo concede muy de tarde en tarde. Golovchenko y Nilov han abierto juntos numerosas vías en grandes paredes y cuentan con dos Piolets de Oro, el máximo galardón que concede el alpinismo: en 2012, junto a Alexander Lange, pasaron 17 días en el espolón noreste de la Torre Muztagh (Pakistán, 7.284 m), mientras que en 2016 se unieron a Dmitri Grigoriev para escalar el pilar norte del Thalay Sagar (Himalaya indio, 6.904 m). Su ejercicio de supervivencia en el Jannu merecerá, seguramente, un tercer galardón.